miércoles, 1 de diciembre de 2010

Lluvia en mi Corazón

Apoyado en la ventana, veía ese manto cubrir el patio. Sentía como lo abrazaba y cobijaba ese estruendoso y cariñoso ruido. Su mente de seis años no podía asimilar como no podía salir a jugar bajo la lluvia, pero la tía del jardín le decía que se iba a mojar entero, que su ropa quedaría toda húmeda, que se resfriaría, y otras cosas que no podían convencerlo. Solo podía pensar en lo feliz que sería corriendo bajo la lluvia, y chapoteando en el agua, mojándose y sintiendo el frio entrar en sus venas, y como el frío lo cobijaba y lo abrigaba.

En ese momento, a esa edad, comprendió que la gente le tenía miedo a cosas que no había por qué temerle, sino que disfrutar de ellas. Supo que habían cosas que Dios creó para que la vida fuera más plena y más bella; que ayudaban a crecer como persona; que purificaban la mente, cuerpo y alma… y que viviendo de ellas uno podía ser una persona plena. Podía decir que tenía vida.

En ese momento, la tía fue a ver a otro niño que se cayó; y en ese instante corrió hacia la puerta, la abrió, y salió corriendo hacia el patio. Sentía como el agua corría por su infantil rostro, lo cubría entero. Se sentía absolutamente libre, bajo un regalo de Dios para un niño que aun cree en las cosas bellas de la vida. Recordaba incluso los días en que con sus padres jugaban bajo la lluvia, como disfrutaban revolcándose en el pasto mojado, jugando a la pelota, tirándose el agua de los charcos en su casa, y quedándose quietos bajo el agua con los ojos cerrados meditando… una de las cosas que su padre le enseñó desde muy pequeño, y que ahora supo lo bueno que era…

“¡Salve, Lluvia, que purificas nuestras almas de la penumbra de este mundo, iluminando nuestros corazones! ¡No existirá regalo divino más grande que la paz que puedes brindar a los hombres! ¡Ninguna persona en este planeta imaginó algo más hermoso, ni encontrará la forma de pagar este don a la Madre Naturaleza! ¡Jamás habrá premio más grande a la libertad del alma y a la pureza del corazón, mientras sacas lo malo de nuestro ser!”

Y cuando creía que ese instante no podría ser más hermoso…

De un momento a otro, sintió como unas suaves manos, también mojadas, tomaban las de él, subían hasta su rostro… y sintió como los labios más dulces del mundo cubrían los de él. Este momento no podía ser mejor… ¡Era Perfecto!

En ese momento abrió sus ojos, y vio a su amada abrazándolo bajo la lluvia; cómo la lluvia caía como las Cataratas del Iguazú sobre su pelo.
- No te estés mojando aquí. Vamos a clases, que el profesor de semiología ya llegó.
- Eres la lluvia en mi corazón…
- Yo también te amo…

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